Jesús Rojas | Madrid |
El vitivinicultor orensano Antonio Míguez Amil, que es quien se esconde tras Boas Vides, lleva desde 1993 trabajando por recuperar antiguas viñas y resucitando lugares de producción ancestral en las riberas del río Avia. Buena muestra de ello son esas 400 botellas de Baixo Terra, pertenecientes a la cosecha de 2017, que salen ahora a la luz después de estar un año bajo tierra.

Botellas que, según nos confirma este amante de los vinos históricos, ya tienen dueño antes de salir a la venta. En su mayoría, se trata de clientes particulares que ya venían sabiendo de este la existencia de este tesoro y, principalmente, restaurantes situados en A Coruña y Santiago de Compostela.

Antes de ser enterrado, Baixo Terra 2017 ha estado 14 meses en toneles de roble francés de segundo uso y 4 meses en barricas de acero para, un mes después, pasar a ser embotellado y almacenado bajo tierra.

Nos lo cuenta, tras un duro día de vendimia, sentado en un banco situado en una plaza próxima a la iglesia románica de Santiago, en pleno corazón de Ribadavia. Se le nota que juega en casa y se le ve muy satisfecho cuando le preguntamos por lo que se ha encontrado al descorchar esas botellas tras comprobar cómo reaccionaba el vino con este tipo de conservación y descubrir cómo ha sido su envejecimiento. “Me ha gustado mucho, se ha comportado muy bien y ya he decidido que voy a seguir investigando en esa línea”.

Se refiere a trabajar a conciencia para rescatar las técnicas ancestrales que se solían utilizar con los vinos de Ribeiro durante los siglos XVII y XVIII. Y la acogida, como era de esperar, no puede estar siendo mejor. “También me están pidiendo desde países como Japón o Dinamarca”, matiza Antonio Míguez Amil.

Según nos cuenta, “son vinos muy tánicos y con mucha estructura, por eso necesitan su tiempo”. Y rápidamente comprobamos que el lugar para una hazaña de estas dimensiones tampoco fue elegido al azar: “Estuvieron enterradas en la Finca de San Lourenzo da Pena, que está a una altitud de unos 300 metros y con una pendiente del 30%. Es uno de esos viñedos históricos que ya estaban documentados en el siglo XII y que fueron abandonados porque son tierras muy difíciles de mecanizar”.

“Para hacer un buen vino no necesitas más que una buena tierra, temperatura, luz, mucha limpieza en bodega y una elaboración esmerada, el resto viene solo”.

En un momento en el que tanto se habla de los vinos atlánticos, sorprende que haya emprendedores como Antonio que opten por desmarcarse y apostar por los vinos históricos, lo que conlleva tener que recurrir a variedades como Brancellao, Sousón, Espadeiro o Carabuñeira. De esta última nos cuenta que “la recuperé en 2007, era una variedad que estaba perdida en el valle del Avia y que más tarde descubriríamos que era pariente de la Touriga Nacional, lo que nos llevó a descubrir que lo que estábamos haciendo en el norte de Portugal y el sur de Galicia era muy parecido”. Más tarde, matiza: “Del Duero hacia arriba compartimos las mismas variedades, solo cambiaba la nomenclatura”.

Y algo parecido ocurrió con la Zamarrica, “que daba muy poca producción y por eso dejaron de usarla”. Todas ellas son las variedades que brotaban en la antigua Gallaecia, ese territorio situado en el extremo noroccidental de la península ibérica que desde Boas Vides están intentando replicar en la actualidad. Algo totalmente comprensible si reparamos en que Ribeiro es la D.O. más antigua de España.

Pero la cosa, como ya intuíamos, no acaba aquí: “El año que viene quiero rescatar el proceso que se utilizaba en el siglo XII, que daba lugar a vinos más ligeros. Eran vinos más longevos, que podían viajar sin problema y que aguantan bien incluso sin sulfuroso”. Nos lo cuenta con una pasión y una convicción que rápidamente consigue contagiarnos, y ya solo podemos pensar en qué nos deparará ese 2021 que está a la vuelta de la esquina.

Una cosa tenemos clara, y es que Boas Vides no cejará en su empeño de recuperar aquellas técnicas que se usaban antaño y de seguir dando una segunda oportunidad a esas tierras que hacen posible una viticultura respetuosa con el medio ambiente, biodinámica y regeneradora.