Jorge Solana Aguado | Madrid ||
El enoturismo debería estar más rodeado de cultura, de ocio, de patrimonio, de escultura y un poco menos de deposito de acero inoxidable. Carlos Guerra es un escultor especial, un defensor de lo que se ha dado en llamar la escultura social.

Guerra curso sus estudios artísticos en la Facultad de Bellas Artes Santa Isabel de Hungría, en Sevilla. Él estuvo siempre convencido de un trabajo orientado a la escultura en bronce y, por eso, se trasladó a Madrid. En la capital entraría en contacto con fundiciones para la realización de obras como la de la Reina Isabel que hoy podemos observar en la Avenida de los Reyes Católicos en Ciudad Real. Por supuesto, no es la única.

Con más acercamiento al mundo del vino, es conocida su escultura del Lazarillo de Tormes. Una obra que se puede apreciar en el Museo del Vino de Pagos del Rey, en la Ruta del Vino de Toro. Él nos cuenta lo que piensa que le podría ofrecer una escultura de este tipo a los viñedos.

¿Piensa que la escultura es expresión de lo vivido o de lo que se vivirá?

Todo artista es hijo de su tiempo, debe ser una esponja que absorba todo cuanto acontece y de su análisis salga su obra. Pienso que la escultura y el arte es siempre una apuesta a descubrir mundos nuevos, que nacen desde la experiencia, de lo ya vivido pero que son, sobre todo, fruto del análisis y del trabajo continuo y, por supuesto siempre deben ser una apuesta al futuro.

Escultura en el enoturismo

El escultor Carlos Guerra trabaja en el bronce de Santa Teresa, una de sus obras más significativas dentro de la escultura social. || Foto: Carlos Guerra

Sus redes sociales recogen muchas imágenes. ¿Es una muestra de su trabajo?

Cualquier artista debe estar siempre abierto a todos los avances que nos depara el momento en el que vivimos, Leonardo o Miguel Ángel ya usaron las cajas negras y Alberto Durero el grabado que la reciente imprenta le había descubierto. Hoy estamos en la era del internet y si pretendo que mi escultura sea pública, es decir, que llegue a todos y que todos la puedan disfrutar, ¿por qué no usar las nuevas tecnologías? Las redes sociales se pueden convertir también en una exposición al alcance de todos.

Parece una de sus máximas, pero le pregunto una vez más, ¿las imágenes escultóricas deben tomar la calle?

Creo que en España tenemos mucha carencia de escultura pública si nos comparamos con Francia o el Reino Unido, por citar solo dos ejemplos cercanos. La sociedad actual lo que demanda son imágenes, visualizar la historia, las tradiciones, las fiestas características, la cultura de un lugar. Y esos referentes visuales alcanzan más protagonismo aún, si observamos cómo en nuestros pueblos y ciudades la arquitectura tradicional ha ido desapareciendo para ser sustituida por otra, quizás más funcional, pero más homogénea e impersonal. Hoy, si hacemos una fotografía de una calle cualquiera, como carezca de un elemento característico, realmente no sabemos dónde estamos. Podemos confundir facialmente una ciudad o un pueblo de Ciudad Real con uno de Cantabria. Pues bien, esos elementos característicos que nos sitúen bien dónde estamos pueden ser y, de hecho, lo son, las esculturas a pie de calle.

¿Los museos deberían ser más promocionados?

Los museos son tan variados como poco conocidos, en general, y cada museo ya es de por sí un mundo. Pero, en líneas generales, creo que deberían ser redefinidos, no como una colección permanente ni como un almacén de arte o antigüedades, sino como centros educativos y de ocio. Habría que reenfocarlos a una labor didáctica, donde un visitante que desconozca por completo el tema sobre el que gira el museo, salga con una visión completa y clara. Es decir, que se le inculquen de una manera atractiva y amena las nociones necesarias y siempre huyendo de apabullar al espectador con una abundancia desmedida de salas o de obras. Me gustaría terminar con una reflexión: ¿la cultura que no tiene un punto de divertimento, que no apasiona, que no motiva, que no atrae, es realmente cultura?

¿Qué cree que aporta la escultura al turismo?

Hoy por hoy las piedras por si solas no hablan, se demanda el componente humano. Muchos ayuntamientos estas restaurando sus antiguos lavaderos públicos, pero si en estos espacios no colocamos una escultura que los humanice, lavando o con el cesto de ropa, es decir una visualización de la actividad, hoy por hoy no tiene sentido y el público, en general, no lo sabe interpretar, de ahí que se demanden tanto las visitas teatralizadas. La escultura es el complemento perfecto y muy necesario al turismo. Cualquiera que visite una población, una playa o una bodega, lo que más demanda es la escultura pública, situada a pie de calle para que se pueda interactuar con ella, es decir, hacerse fotografías que dejen constancia de su estancia en ese lugar; esas fotos las subirán inmediatamente a las redes sociales, haciendo la mejor publicidad y gratis, entre todos sus amigos y seguidores. Diría más no solo son un guiño para los visitantes, también suponen una reflexión: recuerdo que, visitando la catedral de Amberes, me detuve en la fachada y allí pude contemplar un grupo escultórico en bronce dedicado a los canteros. Esa escultura me hizo pensar en esos soñadores, que con tanta ilusión y tanto esfuerzo supieron dar forma y levantar construcciones por encima de sus posibilidades. La escultura pública, además de convertirse en un atractivo turístico de primer orden, es una exposición permanente que no requiere de gastos de conservación y que su coste inicial es perfectamente asumible.

Escultura en el enoturismo

La obra del Lazarillo de Tormes en el Mueso del Vino de Pagos del Rey. | | Foto: Jorge Solana

Si hablamos de enoturismo, usted ya ha realizado algún trabajo, ¿qué piensa que aporta la escultura a una bodega?
Si realice para las Bodegas Bajoz de Pagos del Rey la escultura del Lázaro, el Ciego y las uvas basada en el Lazarillo de Tormes. Si hablamos de enoturismo todo lo expuesto anteriormente se revaloriza aún más. No solo porque la escultura en bronce dignifica nuestras bodegas. Date cuenta, las bodegas fueron construidas con afán industrial, eran grandes naves, donde hacer y almacenar los vinos. Ahora, el enoturismo pretende convertir estos centros industriales en espacios culturales y ahí es donde la escultura en bronce adquiere su máxima expresión. El bronce se puede colocar tanto en el interior, como en el exterior de nuestras bodegas y marida perfectamente con el ladrillo, la piedra o la madera. Es una visualización permanente de una actividad y de una tradición cultural y es de lo más demandado por los visitantes. A veces, pienso que de tanto usarla se ha perdido el concepto original de la palabra y se nos olvida que ante todo la escultura debe ser siempre eso: es cultura.

¿Y a cualquier negocio dentro del turismo del vino?

Por supuesto que sí, porque la escultura, como todo, ha evolucionado y aunque sea una técnica tradicional admite en su concepción y mensaje la incorporación de técnicas nuevas: Códigos QR, video mappins, juego de iluminaciones y sonorizaciones especiales que pueden hacer, por ejemplo, que cuenten historias o la creación de la sensación visual de que una escultura sentada se levante y salga andando. Es decir, se pueden crear auténticos espectáculos con esculturas. Y no ya solo en escultura de gran formato. En mi estudio realizo unas medallas en bronce, personalizadas que pueden ser el complemento perfecto para un estuche distinguido con una botella de un buen vino. O hacer ediciones, pequeñas reproducciones numeradas, de la escultura que sea el icono de la bodega Y eso solo por citar un par de ejemplos

¿Cuál sería su escultura ideal para un museo, una bodega, un viñedo?

La escultura que se convierta en el hito, en el icono y que al verla se asocie inmediatamente esa imagen con ese museo, esa bodega o ese viñedo concreto al igual que asociamos inmediatamente las Cibeles con Madrid. Debe ser una escultura pensada y estudiada para ese museo en concreto, esa bodega o ese viñedo. Teniendo siempre muy claro el discurso que se pretende vender, buscando el lado emotivo que enganche al espectador y siempre soñándola antes de hacerla.

¿Echa en falta alguna escultura en el mar de viñedo que existe en La Mancha?

En toda Castilla-La Mancha hay una escasez escandalosa de escultura muy por debajo incluso de la media nacional. Pero entre mis sueños de artista siempre he imaginado una gran escultura del Quijote, de más de 40 metros, capaz de verse a kilómetros de distancia en la llanura manchega y en su interior elaborar unos miradores desde donde contemplar, entre viñedos, los bellos atardeceres manchegos.

¿Podríamos tener una escultura para cada zona de viñedo en España?

Claro que sí, no solo se puede, sino se debe. En muchas bodegas dedicadas al enoturismo se ha abusado y mal de la mitología clásica. Abundan Dionisio o Baco, pero sin un discurso, sin argumento, solamente como una referencia muchas veces hasta ingenua diría yo, como un recurso socorrido y facilón. España es un país mediterráneo donde el vino forma parte esencial de nuestra cultura, nuestra historia, nuestra literatura, nuestras tradiciones o nuestras fiestas, siempre regadas de buen vino sino giran en torno a él. Abordar un espacio dedicado al enoturismo es plantear un discurso inicial con un argumento que a través de la escultura explique y potencie los orígenes, el desarrollo histórico y sobre todo las bondades de esos viñedos. La escultura siempre ha estado al servicio del poder o de la religión, ¿por qué no ponerla también al servicio de los vinos?