Jesús Rojas | Madrid |
La certificación ECO-PROWINE llega para reconocer a aquellas bodegas y productores de vino que promueven la mejora continua del sector vitivinícola a nivel ambiental, económico y social. María Dolores Mainar, responsable técnico del proyecto junto a David Zambrana, nos cuenta todos los detalles relativos a esta iniciativa que ha sido desarrollada por la Fundación CIRCE.

En realidad se trata del relanzamiento de un «un proyecto financiado por la Comisión Europea que se llevó a cabo entre 2012 y 2015» y que hasta ahora no ha podido ver la luz.

En ese mismo estudio, que se llevó a cabo paralelamente en otros países de Europa, participaron un total de 90 bodegas, que «son las que hicieron posible que se desarrollase toda la metodología que hoy se está aplicando para poder conceder la etiqueta a bodegas como Pagos del Moncayo, Borsao, Grandes Vinos o César Velasco». Esta certificación se obtiene a través del benchmarking, que consiste en comparar a los productores con la media del sector, permitiéndoles actuar en consecuencia para mejorar su sostenibilidad.

«Calculamos un indicador global para cada bodega que recoge todos los impactos ambientales , teniendo en cuenta también unos indicadores socieconómicos». En este sentido, María Dolores Mainar nos comenta que se valora muy positivamente, por ejemplo, «el número de mujeres empleadas o si se apoya la economía local». Una vez se ha obtenido ese indicador global, se compara con el de la media europea y, finalmente, se determina si la bodega es o no apta para recibir la certificación.

La sostenibilidad de la producción del vino se evalúa considerando los impactos ambientales, los costes en la producción y el impacto económico y social al entorno local.

El primer paso es rellenar el cuestionario que se puede solicitar a través de su página web oficial. A partir de ahí, se analizarían todos los datos y en un plazo de entre uno y dos meses, la bodega ya podría contar con ese sello ECO-PROWINE que vendría a confirmar su compromiso con la sostenibilidad durante el proceso de elaboración del vino, desde el viñedo hasta el embalaje, atendiendo a aquellos factores que tienen mayor potencial de disminución de impactos ambientales (como el vidrio, el gasóleo, la electricidad o el cartón) y los costes medios que conlleva producir cada botella.

Pero la cosa va más allá. «Nosotros invitamos a las bodegas que ya cuentan con el sello a seguir mejorando en aquellas áreas más conflictivas, es la única manera de que puedan renovar la certificación cuando hayan transcurrido dos años». Esto permite que los consumidores, al reconocer el logotipo en las botellas, sepan que se trata de un producto que proviene de una bodega responsable y comprometida en la que se ha invertido esfuerzo y emprendido una serie de acciones para mejorar su sostenibilidad.

Y parece que nos tendremos que acostumbrar a ver este sello en las etiquetas de los vinos porque, según nos cuenta la responsable del proyecto, «las bodegas se están empezando a animar porque son muy conscientes de la importancia de los Objetivos de Desarrollo Sostenible y, además, este sello es algo que les aporta competitividad y visibilidad».